Convivir con el dolor

Hoy viernes, al llegar a la oficina, una excelente compañera de eurotalent nos comentaba que el primo de su yerno, con apenas 19 años, había fallecido en un accidente de tráfico en la A6 (un coche cruzó el carril contrario y se le vino encima; para salvar al copiloto, dio un volantazo que le costó la vida). Después de comer, otra compañera de eurotalent, también una persona extraordinaria, nos comentaba con lágrimas en los ojos que habían tenido que sacrificar al perro de sus padres. Durante una sesión de coaching por la mañana, un alto directivo de nuestro país al que admiro mucho me decía que a su hija, de apenas 18 meses, tenía un síndrome genético. Y por la tarde, otro alto directivo cuya calidad profesional y humana sobrepasa los límites habituales me comentaba por teléfono que se había visto obligada a cerrar una de las fábricas de la compañía que dirige; una fábrica con enorme historia que era el sustento de numerosas familias.
En fin, uno no puede por menos que solidarizarse con las personas que quiere y compartir con ellas sus momentos de sufrimiento. El dolor provocaba en todos ellos tristeza, más que ira. En el fondo, un sentimiento de injusticia ("¿por qué a mí?"). Y con él el silencio, el recuerdo, el desasosiego interior...
Se dice: "Ríe y el mundo reirá contigo. Llora y llorarás solo". No lo creo. Ante la adversidad, en el duelo, los seres humanos no somos islas. Debemos compartir nuestros sentimientos. Ya se sabe que las emociones que se reprimen se convierten en formas potencialmente tóxicas y pueden degenerar en pequeñas o grandes neurosis.
Para todos ellos, en estos momentos, mi cercanía, mi cariño y mi implicación.
Como escribió Paulo Coelho en El Alquimista, "la hora más oscura es la que viene antes de salir el sol".