No somos nadie sin coach

Mi admirado Juan José Almagro, un humanista como pocos, autor de El reloj de arena y Jefes, jefazos y jefecillos, que desde su Dirección General en Mapfre está humanizando las organizaciones, ha publicado hoy en Cinco Días un magnífico artículo sobre el coaching (No somos nadie sin coach) que no me resisto a reproducir:

Mi quiosquero de cabecera, de nombre Juanfran y filósofo por afición, me preguntó el otro día si yo podía explicarle qué era un coach. Como uno no sabe nunca por dónde puede salir el astuto proveedor de prensa, le dije que -según mis cortas y limitadas entendederas- coach es una palabra de origen inglés que puede traducirse al castellano por entrenador/adiestrador. Y le puse un ejemplo definitivo, o eso me parecía a mí: en cualquier retransmisión deportiva internacional por televisión, cuando la pantalla refleja la imagen del responsable o director técnico de un equipo, resulta habitual que, junto al nombre del susodicho, aparezca el rótulo coach.
Juanfran, perdonándome con amabilidad la vida, me miró sonriente y dijo: 'No tienes ni idea'. Y añadió: 'Acaba de incorporarse a la relación de clientes del quiosco un señor que me ha dicho que era coach de profesión. Cuando le pregunté qué hacía un coach, el susodicho explicó que era una profesión relativamente nueva, aunque sus orígenes se hunden en la historia de los tiempos. El coach es un asesor, un consejero de cabecera que ayuda a encauzar la vida profesional o personal de quien se lo pide. Es una profesión muy considerada y estupendamente pagada'.
Después del discurso, me fui a casa hecho polvo, pero con el firme propósito de estudiar el asunto. Y en ello estoy, aunque el tema es tan apasionante que merece alguna reflexión previa y siempre provisional. Me acordé de aquello que había escrito Voltaire: 'Un libro debe estar hecho, como un hombre sociable, para las necesidades de los hombres'. ¿Sería pues el coaching una de esas necesidades actuales de los humanos? Siempre había pensado que, por ahora, el asunto de dar consejos y directrices se centraba en los llamados gurús, esos conferenciantes estrella que cobran mucho, pronuncian siempre la misma charla y tratan de decirles a sus oyentes lo que éstos quieren oír; es decir, que aunque sean unos mantas pueden ser los mejores, y que para alcanzar la cima hay que tener esperanza. Eso sigue siendo así, es cierto, pero ahora se abre paso la figura del coach personal (CP), como hace algunos años se impuso la figura del personal trainer, el entrenador personal que nos mantiene en buena forma física, ya sea en el gimnasio o, si tienes posibles, en tu propia casa.
Según reza la publicidad de algunas de las empresas que se dedican al coaching (la palabreja se las trae), parece ser que el precursor de este lío es Sócrates, con su método de enseñanza basado en el diálogo y enseñando a sus discípulos a discutir su propio camino. Los llamados coaches enseñan, según ellos, a desarrollar y gestionar la carrera profesional y, como dicen entender de personas, dan consejos que, teóricamente, deben ayudar a gestionar mejor -y con supuesto éxito- la vida y trayectoria empresarial del directivo, principal destinatario de los consejos del coach.
Los coaches proliferan porque vivimos tiempos de incertidumbre, es verdad, y las cosas se han complicado. No es que no sepamos lo que pasa, aunque a algunos también les ocurre. Lo que no sabemos es cómo encarar algunos problemas, cómo hincar el diente a muchos problemas. La crisis de valores ha sido, y es, una crisis de normas de conducta. También en el gobierno de las empresas. Y, según me cuentan, muchos que necesitan ayuda profesional, incluso se llevan el coach a casa y lo presentan a la familia para que organice también la vida comunitaria. No es broma. Incluso alguna universidad privada imparte ya un Máster en Coaching, publicitándolo como 'básico para el desarrollo profesional y el bienestar personal de los directivos, mandos intermedios y profesionales, para poder influir, coordinar y dirigir equipos de trabajo'. Tal cual.
Dicho esto, tengo que confesar que yo no tengo un coach que echarme al coleto. Muchos colegas, sí. Y cuando me he percatado del asunto, y de que siendo alto directivo de una gran empresa no puedo disponer de un preceptor que me oriente y aconseje, me he dado cuenta de que podría ser un excelente candidato a la depresión profunda y al insomnio.
Dadas las circunstancias, el panorama parecía oscurecerse hasta que me percaté de que, como escribe Caballero Bonald, 'soy sólo mi pasión/ mi transitoria libertad'. Y desde esa hermosa circunstancia/constatación, lejos de luces de colores, verborrea y modas pasajeras, me di cuenta -con Luis Meana- de que esto que ahora se llama management, una especie de saber posmoderno, no deja de ser un exceso que parece pretender, velada o no tan veladamente, funcionar -incluido el coaching- como una ciencia autónoma y autosuficiente, capaz de ignorar saberes previos, colindantes y relevantes, como los de la filosofía, sociología, antropología, derecho o historia, que han sido las coordenadas que han cartografiado al hombre a lo largo de la historia.
Nicolas Malebranche lo diagnosticó hace mucho tiempo: 'De entre todas las ciencias humanas la del hombre es la más digna de él. Y, sin embargo, no es esa ciencia, entre todas las que poseemos, ni la más cultivada ni la más desarrollada. La mayoría de los hombres la descuidan por completo…'.
No sé si en el futuro tendré o no tendré coach personal. Me da la impresión de que, si no disfruto de la ayuda de uno de ellos, mi quiosquero me mirará por encima del hombro. Sin embargo, estoy convencido de que el núcleo de la vida social (y la empresa es el paradigma) es la relación leal entre las personas unidas en torno a un proyecto común y que, en cualquier caso, lo queramos o no, para conquistar el futuro se impone una larga y difícil batalla por el hombre mismo, por el ser humano; una lucha, desde la razón ética, por implantar los valores en las organizaciones. Y eso sí me importa.
Y si no consigo un coach, mejor. Volveré una y otra vez a los libros, a los clásicos, a los hombres y mujeres que nos han enseñado todo lo que sabemos, desde Aristóteles y Platón a Gracián; de Juan de Yepes a Antonio Machado, y de Borges a Tocqueville, pasando por Séneca, Emerson y muchos más, de antes y ahora; acabando, siempre feliz y esperanzado, en los hermosos versos de Benedetti: 'Yo siempre guardo en mi álbum de emociones/ pedacitos de pena o de alegría/ y algún delirio siempre que se pueda'.

Enhorabuena a Juanjo y a los humanistas que, con coach o sin él/ella, hacen de este mundo un sitio mejor. Antes de la cena de trabajo, he tenido tiempo para ver Cassandra’s dream, la última película de Woody Allen. No está, ni mucho menos, a la altura de Match point. Pero es una interesante reflexión sobre la ambición y sus límites. El límite de la ambición, apunta Allen, es la conciencia. ¿Servirá el coaching para clarificar nuestras ambiciones sin traspasar la frontera de la ética?