Sherlock Holmes y el bajo rendimiento

Me ha interesado mucho el artículo de Ariadna Trillas y A. Bolaños en El País: “Despedidos por no remar con la empresa. Las compañías empiezan a apuntar al compromiso y la actitud como clave en los ajustes de plantilla. Pero, ¿cómo medir, elegir y justificar el bajo rendimiento en cargos directivos?”. Los periodistas comentan el caso de SEAT. Su nuevo Presidente, James Muir, señaló en noviembre pasado: “En España, SEAT no es una marca, sino una institución. No todos reman en este barco en la misma dirección, echaré a quienes no remen, necesitamos un equipo ganador.” El artículo señala que esta semana la compañía confirmó el despido de 330 directivos y cargos medios, a través de indemnizaciones y prejubilaciones, por bajo rendimiento. En el comunicado se podía leer: “Necesitamos a trabajadores comprometidos al máximo”.
Siguiendo el citado artículo, “lo habitual en los despidos es alegar pérdidas económicas, necesidades de organización o cuestiones técnicas, porque el bajo rendimiento es más difícil de precisar y defender en una negociación. “Cada vez se valora más la actitud en la empresa” (Carmen Mur, presidenta de Manpower), “Las empresas estudian sistemáticamente el rendimiento de los trabajadores, la fórmula más habitual es analizar el rendimiento por objetivos” (Miguel Ángel García, Universidad de Valencia), “Estamos habituados a que las empresas usen las palabras para despedir sin que se note, no al revés” (Cristina Simón, IE), “No es habitual que las empresas presenten públicamente un problema de bajo rendimiento que afecte a un grupo amplio de empleados. Puede parecer algo agresivo” (Marc Carrera, bufete Sagardoy). El director de SEAT en España, Marçal Ferreras, recalcó tras los despidos: “El que no suma tiene que salir, no es lógico tener a personas que remen en la dirección opuesta a lo que hace la empresa”.
A nadie le gusta despedir (principalmente, a la propia empresa), pero cuando hay que hacerlo (SEAT, la empresa industrial con más trabajadores de Cataluña, 14.000, ha soportado unas pérdidas de 228 M € hasta septiembre), ¿qué mejor criterio que el talento? Recordemos que el talento es “capacidad por compromiso en el contexto adecuado”. La capacidad (los conocimientos, las habilidades) se le reconoce al empleado; el compromiso es muy variable. Claro que es difícil de medir y gestionar el compromiso, la implicación, la involucración, pero para eso está la gestión del desempeño. Si una empresa no gestiona tanto la capacidad como el compromiso, no es profesional. El Sr. Muir y un comité de 35 managers ha tenido la valentía de afrontarlo en apenas 100 días.
Tenemos que insistir en ello: La calidad directiva es más del 60% de la productividad. Las empresas humanistas han de dirigirse por objetivos y gestionar el desempeño de los profesionales sistemáticamente. Prescindir de los de menor talento (por menor compromiso) es lo ético, lo legal, lo razonable, lo justo. Lo contempla el estatuto de los trabajadores como causa de despido, aunque sólo se aplique en el 7’5% de EREs autorizados (hace un año, era en el 2’5%). Prescindir en momentos duros de profesionales de forma voluntaria no es muy inteligente, porque pierdes a los mejores (los que tienen oportunidades fuera de la empresa). Y hacerlo por la edad, como es habitual, no tiene sentido (la edad no predice nada en términos de talento). Como escribió Proust, “cuando no mides lo que quieres, acabas queriendo lo que mides”. Afortunadamente, algo está cambiando en nuestras organizaciones. Igual que en el far west se decía que había dos tipos de cow boys, “the quick and the dead” (los rápidos y los muertos), en nuestra sociedad habrá dos tipos de compañías: las que apuestan por el talento y las que ya no existirán.

He ido esta tarde a ver el Sherlock Holmes de Guy Ritchie. Las historias del detective de Baker street creadas por Sir Arthur Conan Doyle nos han fascinado a muchos durante generaciones. Esta versión cinematográfica es entretenida, tiene buen ritmo, grandes efectos (el Londres victoriano durante la construcción de su famoso puente colgante) y poco más. Guy Ritchie es el director de una de las peores películas de la historia, “Barridos por la marea” (Swept Away, 2002), con Madonna, su esposa de 2000 a 2008. Eso sí, se ha convertido en un director de culto (Lock & Stock; Snatch, cerdos y diamantes; Revólver; Rocknrolla). Sorprendente.

Este Sherlock se centra más en la psicología del protagonista (en plan House), en el análisis que realiza de las situaciones (nos lo explican como si fuera un episodio de CSI) y en la relación con Watson, que desea casarse y por tanto “abandonar” el tándem (quiere recordar a Robert Redford y Paul Newman en Dos hombres y un destino). Robert Downey Jr. (un genio desaprovechado que lo borda en Chaplin o Zodiac y se vende en Ironman o Hulk) convierte a Holmes en un canalla con aspiraciones de científico. Jude Law, inexpresivo siempre (El talento de Mr. Ripley, Alfie, Vacaciones), nunca forma un tándem real con su “hermano del alma”; no es su contrapunto en ningún momento. El malo, Lord Blackwood (Mark Strong) recrea un look vampírico a lo Bela Lugosi (Guy Ritchie no diferencia una logia masónica de una secta satánica) e Irene Adler (Rachel McAdams) no es nada convincente, ni como delincuente de altos vuelos ni como amante de Holmes. Por otro lado, la dualidad razón-pasión del detective no está bien fundamentada (Sherlock desea eliminar lo emocional de la ecuación para “pensar mejor”, pero no puede evitar estar enamorado de Irene Adler) y la simbología a lo “Código da Vinci” (la esfinge: buey, águila, persona, león) es muy simplona. Manejar el miedo (lo que pretenden Lord Blackwood es los suyos) es el signo de nuestros tiempos.

En cualquier caso, es un buen entretenimiento para dos horas y cuarto. IMDB da a la peli un 7’7/10 y Fotogramas 4 estrellas. Antonio Trashorras, en esa revista, comentó: “en manos de Guy Ritchie, mitad cineasta mitad artista de la pose, este Sherlock Holmes de parque temático y adrenalina digital, parece la plasmación, a día de hoy definitiva, del imaginario retrofuturista concebido por Miyazaki, Powers y Jeter. Con un espíritu lúdico que aúna flema británica, sentido del espectáculo hollywoodense y una actitud superficialmente oscura (léase, túnel del terror más goticismo ligero) muy del momento juvenil, esta cinta de réplicas chispeantes, camaradería calculadamente homo y gadgets victorianos al gusto nerd ha encontrado en Ritchie, sin duda, el director ideal. Por algo se trata de un proyecto saltimbanqui, puro zumo de carrusel, que si algo no requiere es precisamente lo que jamás tuvo su filmografía previa: hondura.”

Sherlock Holmes costó 90 millones de dólares (casi el doble que Ágora), recaudó 62 M $ en su primer fin de semana en EEUU y lleva más de 300 M $ en estas tres primeras semanas (171 M en su mercado local). Guy Ritchie ya está preparando la secuela. Seguro que vamos a verla.