Un método -y un futuro- peligroso

Esta mañana he ido a ver con mi amigo Miguel Ángel “Un método peligroso”, de David Cronenberg, basada en la obra de teatro de Christopher Hampton, con Viggo Mortensen, Michael Fassbinder, Keira Knightly y Vincent Cassel. Trata de la relación de Carl Jung con Sigmund Freud desde 2004 a 2016.

No es Cronenberg uno de mis directores favoritos. Me interesaron La mosca (1986), con Jeff Goldblum, Inseparables (1988) con Jeremy Irons y Genévieve Bujold, Crash (1996), con James Spader, Holly Hunter, Elias Koteras y Deborah Kara Unger y Promesas del Este (2007). La actual es una película lenta, con un Viggo (Freud) comedido, una Keira (que interpreta a Sabina Spielrein, con cuadro de histeria aguda, que se convierte en amante de Jung), Cassel excesivo (es lo suyo) y Michael Fassbinder (Magneto en X-Men: primera generación) más centrado. Me han gustado algunas frases de la película: “Es adecuado que perpetuemos este engaño. Es otra cosa, en otro país”, le dice Jung a Sabina. Y añade: “Hemos de tener suficiente carácter como para manejar la situación”. Jung se considera un “cobarde y autocomplaciente burgués suizo y filibustero”, como la Europa de nuestros días. Y respecto al papel de su esposa y de su amor, le dice a la Sra. Spielrein, casi al final de la película: “Emma es los cimientos de mi casa; Toni (Wolff) es el perfume que hay en el aire”.

Esta es la crítica de Diego Salgado en FanDigital.

“En su reciente ensayo contra Sigmund Freud, El crepúsculo de un ídolo, Michel Onfray acusa al fundador del psicoanálisis de encubrir bajo una formulación en apariencia científica, lógica, con aplicación universal, lo que no fue sino "una aventura existencial autobiográfica [...] una representación particular del mundo que le permitió vivir con sus fantasmas".

Freud desveló el peso del inconsciente en su pensamiento. Por extensión, en el de todos. Pero, al disimular el carácter humano, demasiado humano, de su ciencia; al hacer de lo unheimlich, la inquietante extrañeza, materia de significados y tratamientos, transformó su poder subversivo en utilitarista.

Al lector inteligente no hará falta señalarle que las consideraciones de Onfray, el apelativo de "ficción performativa" que ha aplicado a la obra de Freud, sirven para explicar la biografía de cualquier ser humano. Mas aún cuando la ciencia acaba de descubrirnos que, lo que llamamos conciencia, no es más el software precisado por un cuerpo muy complejo para sobrevivir en el entorno.

Nuestras creencias, ideologías y preferencias; nuestros sentimientos y sensibilidad, carecen de ningún valor en sí mismos. Son expresiones, condicionadas en sus signos por la coyuntura cultural que nos ha tocado vivir, de nuestra naturaleza animal. Si tales expresiones se amoldan con éxito a lo requerido por el colectivo, nos sentiremos satisfechos y se nos calificará de ciudadanos constructivos. Si no, nos consideraremos inadaptados, y la mirada imperante hará de nosotros monstruos.

La magnífica filmografía de David Cronenberg, director de Un método peligroso, se ha cimentado en el pulso entre nuestras pulsiones primarias y el intento por aprehenderlas a través de la razón instrumental, las ficciones performativas. Herramientas analíticas que creemos útiles y que, en realidad, nos limitan.

Los protagonistas de Crimes of the Future (1970), Vinieron de dentro de... (1975), Scanners (1981), La mosca (1986), Inseparables (1988) o M. Butterfly (1993) son científicos, intelectuales, que se asoman al abismo de sus organismos deseantes con tantos artificios represivos a cuestas que su exteriorización de aspectos tan naturales como el placer y la voluntad de poder solo puede ostentar características aberrantes, mutantes, monstruosas; a la vez peligrosas para el cuerpo social y proféticas de órdenes impensables hasta entonces.

Habida cuenta de nuestra creciente disociación respecto de lo orgánico —“la pantalla se ha convertido en la retina del ojo de la mente" (Videodrome, 1982)—, pocos representantes cinematográficos tan eximios como Cronenberg de ese malestar en la cultura sobre el que reflexionó Freud.

Por ello, era casi inevitable que el realizador acabase interesándose por los méritos y las imposturas del psicoanálisis: Un método peligroso fabula la relación a tres bandas que mantuvieron durante años Freud; Carl Gustav Jung, su mejor discípulo y posterior traidor a sus teorías; y Sabina Spielrein, paciente, amante y, a su vez, discípula de Jung.

Jung (encarnado con su carisma habitual por Michael Fassbender) comienza a tratar en 1904 la histeria de Sabina (Keira Knightley, mejor que de costumbre) con una pionera terapia conocida como “curación por la palabra”. Terapia que pasa a articular el propio film: su título primero, cambiado por temor a la deserción del público, era precisamente The Talking Cure.

Sin embargo, lo que podríamos tachar de narrativa por la palabra no ejemplifica el carácter benéfico de los enfrentamientos emocionales y dialécticos que mantienen hasta 1913 Jung, Sabina y Freud (Viggo Mortensen). Por el contrario, evidencia la hipocresía, las restricciones, los convencionalismos que puede imponer ese útil social que es el lenguaje hasta en los espíritus más indómitos.

Algo que, por desgracia, se transfiere de la pantalla al propio trabajo de Cronenberg como autor. Y no por vez primera. Crash (1996) y eXistenZ (1999) llevaron al paroxismo su argumento en torno a lo lejos que está nuestra conciencia civilizada de quienes somos en realidad. A partir de entonces, no sabemos si por aburrimiento, agotamiento creativo, edad o dificultades para hallar financiación, Cronenberg pasó a plasmar la idea con parámetros dramáticos, psicologistas en Spider (2002), Una historia de violencia (2005) y Promesas del Este (2007).

Títulos todos ellos, como Un método peligroso, que sintomáticamente le han procurado el aprecio crítico y popular que antes se le concedía a regañadientes. Pero, sin ir más lejos, en su pulcritud, en su desarrollo armonioso y vaticinable, Un método peligroso cae en los vicios que pretende denunciar, hasta el punto de poder diagnosticarle la enfermedad de la palabra, de lo autoconsciente y programático.

"A veces te ves obligado a hacer algo imperdonable para poder continuar viviendo", murmura con tristeza Carl Jung en los instantes postreros de la cinta, delatando la traición a unos ideales rupturistas, regeneradores. Otro tanto cabría decir del Cronenberg último, que ha preferido ser Jung o incluso Freud antes que Otto Gross (Vincent Cassel), un psicoanalista anarquista, amoral, que deviene el personaje más revelador de Un método peligroso.

La película es tan normal si la referimos a Cronenberg que, quizás, convendría acabar esta crítica ligándola con más justicia a su guionista, Christopher Hampton. Al fin y al cabo, en Las amistades peligrosas (1988), Carrington (1995) o Expiación (2007) Hampton ya trató los temas de la coerción social, la represión de lo más auténtico de nosotros mismos y su posible transustanciación mediante el ejercicio de la creación, siquiera epistolar.

Puede que, con el lenguaje desvaído de su cámara, Cronenberg nos esté vedando el acceso a la mayor de las extrañezas: que el discurso de Un método peligroso no le corresponde a él, sino a Hampton.”

De la prensa de hoy, las entrevistas a José María Castellano y César González-Bueno, Presidente y Consejero Delegado de Novagalicia Banco (en ABC, en El Mundo, en El País): “La fusión de las dos cajas gallegas fue un acierto”. “El escándalo de las indemnizaciones millonarias nos ha hecho mucho daño”. “Tenemos un 42% de cuota en Galicia. ¿Quién puede decir lo mismo?”. Y a Eduard Punset (en Marca, en ABC): “El Estado debería subvencionar el deporte”. Además de su artículo en XL Semanal: “¿Qué hacer para superar el desamor?”: “Según los neurocientíficos, volver a enamorarse. Y para ello hay que desaprender”.

En El País Negocios, “Marionetas del statu quo”, de Borja Vilaseca. “Pese al control de la élite económica sobre el individuo, somos libres para cambiar”.

En el suplemento de Empresa de ABC, 50 empresarios y directivos relevantes sobre cómo salir de ésta. Piden reformas laborales, financieras y fiscales. Reducir el endeudamiento, volver a crecer. Lo leeré con detenimiento. Desigual ha ganado el Premio Internacional al Modelo de Negocio, de lo que me alegro mucho.

Y en El Mundo, José Antonio Marina habla de “Impotencia aprendida” (Learned Helplessness): “El futuro se presenta como algo impredecible, lo que produce miedo, un sentimiento que favorece la pasividad”. “Las sociedades necesitan una pedagogía parecida, un reforzamiento de las capacidades ejecutivas, de la facultad de proyectar y realizar”. Además del concepto de Martin Seligman, habla de la “auto-eficacia” de Albert Bandura: condición imprescindible para enfrentarnos animosamente al futuro. “¿Es posible fomentar este cambio de actitud en nuestra nación?”, se pregunta JAM. Y responde: “Creo que sí, pero no basta con decir que somos un gran país, no basta con proclamar que debemos valorar el esfuerzo, la creatividad, la innovación. Hay que demostrarlo con hechos en todos los niveles. Ninguna acción valiosa, esforzada, debería quedar sin reconocimiento o sin premio. Y ninguna conducta vulgar, aprovechada, miserable o corrupta debería ser premiada. La función del Estado estimular, posibilitar, promover, premiar la excelencia individual. Pues a ello”. Auto-eficacia o indefensión (prefiero el término a “impotencia”). Veremos cómo nos va.

Estamos en una sociedad “post-democrática” (Iñaki Gabilondo, en el programa de Jordi Évole en La Sexta).