Esta noche, al llegar a casa, me he encontrado con
la grata sorpresa de varios ejemplares de COACHING
MOURINHO, la versión en italiano de nuestro Código Mourinho, escrito por la Dra. Leonor Gallardo y un servidor
y publicado inicialmente en castellano en verano de 2012. Todo un placer y un
honor que nuestros libros se publiquen en otros idiomas, tanto en el resto de
Europa como en Asia. Nos sentimos muy orgullosos de este libro sobre José
Mourinho y su puesta en valor, sobre “los dos Mourinhos” (el que entrena con
rigor científico, el provocador en las ruedas de prensa) y sobre la influencia
del poeta Pessoa en el entrenador portugués. Un libro del que se puede aprender
para el deporte, para la empresa, para la vida.
Ayer reproducía en este blog el discurso de navidad
de SM El Rey Juan Carlos I. Hoy, en la prensa, mi buen amigo Antonio
Gutiérrez-Rubí, uno de nuestros mayores expertos en comunicación, lo analizaba
adecuadamente:
“El primer plano ya anunciaba cambios. La imagen
exterior de la ventana del despacho del Rey, con la luz encendida en la
oscuridad, viendo al monarca casi en pie, tras los cristales, ya anticipaba una
actitud, un giro, un desafío. También antiguos recuerdos. El cambio formal de
hablar desde delante de su escritorio, sentado sobre le borde de la mesa, ha
sido muy significativo. El Rey ha dado su particular “paso al frente”. Su
comunicación no verbal ha sido serena, menos impostada, y los planos menos
previsibles y convencionales. La mesa no era decorado. Era un espacio de
trabajo en donde destacaban un secante sin pluma, una lupa, unas tijeras y una
libreta roja. Todo muy simbólico. O anecdótico. Misterio y sorpresa.
El poderoso y profesional equipo de comunicación y
de estrategia de la Casa Real se ha empleado a fondo. El deterioro de la
Corona y, en particular, de Juan Carlos I ha obligado a cambios que,
quizás, deberían haber entrado dentro de la normalidad, más que ser percibidos
como excepcionales o novedosos. Una ofensiva pública, orientada hacia la
proximidad, la transparencia y un renovado protagonismo, ha guiado los
calculados movimientos de la institución.
En las últimas semanas, la monarquía se ha hecho un lifting
estético y comunicativo: ha estrenado web (con el blog
del monarca, que continúa con un único texto
colgado el pasado 18 de septiembre), un canal de YouTube (con todos los
mensajes de Navidad del reinado), con una oportuna acción de reconocimiento
a la pluralidad lingüística y cultural de España al presentar, en las lenguas
oficiales del Estado, el texto de su alocución en Nochebuena. Juan Carlos I es
ya un rey virtual en búsqueda del reencuentro con la realidad perdida.
Según los responsables de este diseño, los resultados
de este
esfuerzo planificado, que ha afectado a la agenda, los gestos, los mensajes
y la estética, han empezado a notarse. Hace unas semanas se ha sabido que la
Casa Real dispone de encuestas internas (que deberían ser públicas, ya que son
financiadas con recursos públicos, y más ahora que conocemos la abstención del
CIS en relación a preguntar por la monarquía) que mostrarían que “lo peor ya ha
pasado” en relación con la
crisis de Botsuana. Aunque la
irritación y el malestar persisten, según las misma fuentes de La Zarzuela,
con la brecha abierta por el comportamiento “no ejemplar” de Iñaki
Urdangarín. ¿Tan fácil? ¿Se trataba de un tema de opinión pública y de
maquillaje modernizador y tecnológico, simplemente?
Creo que la complejidad política, que roza la
parálisis o el bloqueo, de nuestra realidad obliga a aceptar que España, en su
conjunto (y con ella, la Corona y todo nuestro sistema y arquitectura
institucional) necesita un
“reset” inaplazable. Y las palabras son claves. Lo que se omite no deja de
existir. Lo que se ignora se recrudece. Lo que se insinúa, no siempre es suficiente.
En su discurso, el Rey ha omitido las palabras paro,
corrupción y desahucios, por ejemplo. Tampoco ha citado, ni una sola vez, a la
Constitución. Y han caído del discurso las menciones directas a su
familia, a la Reina o al Príncipe. Por no aparecer, no aparece ni la inevitable
palabra “unidad” (de España), ni la tradicional referencia a nuestras Fuerzas
Armadas en el exterior. Algunas plumas de salva patrias excitadas se van a
afilar. Este discurso puede valer más por lo que no dice (y por qué), que por
lo que dice. Todo muy pensado.
Esta estrategia de no quedar asociado a los temas o
conceptos más preocupantes (o cuestionados), o que chirrían en el subconsciente
de muchas personas en nuestra sociedad, y de buscar la centralidad con
interpretables críticas a diestro y siniestro, es hábil. Pero no es suficiente
si se quiere liderar, más que sobrevivir. Es ventajista… y puede tener algún
efecto imprevisto de rechazo.
El Rey, consciente -y aprovechándose- de la
debilidad de la política formal, busca en la calculada crítica y reivindicación
hacia ella una redención (personal) y una reubicación (institucional) de su
figura y de su papel. Pero no
se trata de su imagen, sino de su responsabilidad de lo que hay que
preocuparse, y cuidarse. Esta noche saldrá bien parado, seguramente.
Pero, Majestad, la cuestión es salir del “paro” laboral, económico, político,
institucional y social en el que está, seguramente, la sociedad española.
España está off, necesita reiniciarse.
La sutil, pero intencionada, reflexión sobre la “política
grande que supo inaugurar una nueva y brillante etapa integradora en nuestra
historia”, que reivindica el Rey en su intervención, es una invitación,
fundamentalmente, al pacto bipartidista, propio de los momentos excepcionales
en los que la monarquía ha jugado un papel decisivo e histórico. “Austeridad
y crecimiento deben ser compatibles”, ha dicho, buscando la equidistancia.
El Rey no se está retirando, más bien parece todo lo contrario: quiere volver y
ocupar un renovado protagonismo. Reivindicando la Transición que no menciona,
se reivindica a sí mismo.
Hace unas semanas, el monarca, en su viaje a la
India se quejaba de la melancolía y del pesimismo de nuestra sociedad: “Los
españoles nos metemos el cuchillo. Desde fuera, España se ve mejor, sales más
contento de la imagen de España. Dentro, dan ganas de llorar, todo son penas,
pero tenemos que sobrellevarlas”, decía
en Nueva Delhi. Quizás por esta razón, el Rey ha recorrido, recientemente,
más de 70.000 kilómetros proyectando la “Marca España” fuera de nuestras
fronteras, en Brasil, Chile, Rusia e India. Y, según previsiones, viajará el
año que viene a China, único destino que falta por visitar de los BRIC –países
emergentes–.
Dice el Monarca: “Frente a este pesimismo, como
frente al conformismo, cabe encontrar nuevos modos y formas de hacer algunas
cosas que reclaman una puesta al día”. ¿A qué se refiere? ¿Está dispuesto
el Rey a hacer un último -y decisivo- servicio a su país (tras treinta y siete
años de reinado), auspiciando un período de cambios de fondo a través de
“nuevos modos y nuevas formas”? Las formas, en política, son fondo. Lo sabe
bien la Casa Real, que vive y se nutre de legitimación a través de la
representación simbólica y de la gestualidad ejemplar. Esta noche, el Rey
virtual ha ensayado su ambicionado y deseado nuevo papel. La realidad espera,
impaciente.”
La reflexión de AGR, tan oportuna, me han recordado
aquellas “vidas paralelas” de Demóstenes y Cicerón, escritas por Plutarco.
Respecto al primero, extraordinario orador, la multitud se maravillaba de sus
discursos; del segundo, la gente gritaba “adelante” y actuaba. Don Juan Carlos
nos animaba a:
- superar la crisis combinando austeridad y
crecimiento, sin abandonar los derechos sociales
- tener confianza en un proyecto compartido desde la
generosidad, talento y creatividad, con el foco en Iberoamérica y en Europa
- reivindicar la política como nobleza, como el
servicio a los intereses generales. No todo es economía
Y los partidos políticos han dado su opinión (los
grandes partidos nacionales, a favor; los nacionalistas, en contra) como si se
tratara de una función, de un espectáculo. Sin movilización alguna. Hay algo
peor que no contar con un ilusionante proyecto de futuro: disponer de una
semilla del mismo y que las instituciones suicidas no sean capaces de cultivarla.
También he podido leer hoy que la Antártida, en su
zona occidental, ha subido 2’4 grados en el último medio siglo, el doble de lo
estimado y el triple de la media global. De seguir así, el calentamiento antártico
puede alterar el equilibrio de la capa de hielo y elevar el nivel del mar. Las consecuencias
pueden ser nefastas.
Mi agradecimiento a mis primos carnales, con los que
he estado esta tarde-noche disfrutando de su compañía.