La década de la Educación; los partidos políticos, instituciones suicidas


Me lo comentaba el otro día el maestro José Antonio Marina: según los análisis de Forbes, la educación es el gran sector de estos nuevos tiempos, sustituyendo a lo que fue la informática en las décadas anteriores (en el prólogo de un libro de Tom Peters de 1992, Reinventando la Excelencia, un servidor comentaba que la tercera revolución industrial se inició el día que Microsoft valió como empresa más que General Motors; en Del Capitalismo al Talentismo me refería a los análisis del Premio Nobel de Economía James Haskett de que la educación es la inversión más rentable, con un ROI del 1.700%).
Sin embargo, la formación empresarial es la asignatura pendiente de nuestra industria cultural, a pesar de que seamos el 4º país del mundo en Escuelas de Negocios. Así lo recogía la Agencia EFE al informar sobre el encuentro “Claves para el impulso de las industrias culturales y creativas” del mes pasado. El sector de los libros y la prensa, (que es el 40’3% de las actividades culturales), aporta un 1,04 por ciento al PIB y genera 54.800 puestos de trabajo.
La DG de Políticas Culturales y del Libro, Mª Teresa Lizaranzu, explicaba las dificultades de acceso a la financiación por parte de las empresas culturales por la falta de experiencia a la hora de elaborar estudios de viabilidad necesarios para acceder a créditos ICO (una oportunidad de mejora común entre las pymes españolas). Su ministerio trabaja en una línea de créditos por 11 M € para resolverlo. La DG puso como ejemplo a la industria del videojuego.
Según Lizaranzu, otro de los cambios que deben afrontar los gestores culturales es la internacionalización, una proyección que el sector debe realizar con el ICEX. Por ello, destacó el programa de Acción Cultural Española (AC/E), con un presupuesto de 12 millones de euros, 2 más que el pasado año. AC/E desarrolla un programa para la internacionalización de la cultura española mediante la participación en diferentes conmemoraciones en el exterior.
También comentaba en Del Capitalismo al Talentismo que los partidos políticos, tal como están configurados, son instituciones suicidas. César Molinas y Elisa de la Nuez, que están promoviendo una iniciativa para cambiarlos, escribían ayer en la prensa que “funcionan rematadamente mal, porque se han convertido en instituciones para la defensa de intereses particulares en detrimento del interés general y porque son incapaces de articular una salida creíble a la crisis económica, institucional y moral que aflige a la sociedad española desde hace ya seis años”. “La democracia española se ha degradado tanto que lo único importante que se dirime en las elecciones es quién gestionará la licitación pública, las subvenciones y la regulación. Es decir, las elecciones deciden a los amigos de quién irán a parar los despojos de la acción política. Otras cuestiones como, por ejemplo, qué hacer con los seis millones de parados, cómo mejorar la enseñanza, cómo acabar con la corrupción o qué hay que hacer para salir de la crisis acaban siendo irrelevantes porque los principales partidos españoles no tienen propuestas diferenciadas sobre cómo resolver estos problemas”. “Los programas electorales acaban siendo o sartas de ocurrencias o propuestas destinadas a no cumplirse”.
“¿Cómo se ha llegado a esta situación y qué puede hacerse para corregirla?”, se preguntan. “El fortalecimiento de las cúpulas dirigentes de los partidos como medio de evitar la inestabilidad política fue una opción que se adoptó, por omisión, cuando se decidió dejar vacía de contenido la Ley de Partidos Políticos de 1978. En la práctica esto dejó la puerta abierta a la autorregulación de los mismos, lo que ha llevado a la falta de transparencia y de democracia interna y a la cooptación como método principal para determinar las carreras políticas y para la elaboración de las listas electorales”. “En el diseño español, la única participación política que se espera de la ciudadanía es que acuda a las urnas cuando se convocan elecciones”. “Así las cosas y con el tiempo, a base de cooptación reiterada, se ha consolidado en España una casta —la llamada “clase política”— de personas que deben su cargo o su empleo al favor político”. “Unas 300.000 personas sería una estimación prudente del tamaño de un colectivo que ha acabado replicando las características del caciquismo español tradicional. El interés particular de esta clase política consiste en perpetuarse en su actual estado, manteniendo la jerarquía comensalista con la que accede a las arcas públicas y a la extracción de rentas del sector privado de la economía mediante la licitación, la contratación y la regulación”. “Esta es la razón de fondo por la que la clase política española no es capaz de articular respuestas creíbles a la crisis: porque todas estas respuestas requieren reformas profundas que afectan a su interés particular”. Y concluyen: “Tiene que ser la sociedad civil la que, movilizándose, tome el protagonismo y exija los cambios necesarios. Si no lo hace, las cosas seguirán empeorando”.
Que estamos en un cambio de era es innegable. La respuesta es la educación; la tragedia, las instituciones suicidas. Mi gratitud a quienes apuestan por el progreso y no por mantener sus intereses particulares en detrimento del desarrollo de una sociedad más avanzada.