La Felicidad y sus causas (2): La psicología budista de Robina Courtin


¡Qué bien lo pasé ayer con motivo de la fiesta de la Independencia de Ecuador! Fuimos a la zona colonial, que estaba llena de gente (en todas las plazas, música en vivo y alegría a raudales). Almuerzo en El Corral del Quicentro y por la noche, cena en el restaurante mexicano El chipotle chillón y varias horas bailando salsa colombiana y ritmos ecuatorianos en el Café Toledo y en Mal Santiguado. En este último local de moda en Quito, la actuación de Gabriela Rodríguez y su grupo, que ha interpretado canciones tan maravillosas como La gata bajo la lluvia de Rocío Dúrcal: www.youtube.com/watch?v=69bcTk0K2Rs 
Y hoy domingo hemos ido a ver la “Capilla del Hombre” del gran artista ecuatoriano Guayasamín. Oswaldo Guayasamí, nacido aquí en Quito en 1919 y fallecido en Baltimore en 1999, es la gran marca profesional del arte de este país. De origen quechua (el primero de diez hermanos), demostró su gusto por el dibujo antes de los 8 años. A pesar de la oposición de su padre, ingresó en la Escuela de Bellas Artes de Quito. Durante una manifestación en la “guerra de los cuatro días”, muere su gran amigo Manjarrés, lo que marcará su visión de la sociedad. Se diploma a los 22 años y expone al año siguiente, en 1942. Nelson Rockefeller quedó impresionado por su obra, compró varios de sus cuadros y decidió ayudarle. Guayasamín fue amigo de Pablo Neruda y viajó por México, Perú, Brasil, Chile, Argentina y Uruguay, donde se interesó por los indígenas, que retrató en sus obras. Ganó numerosos premios, entre ellos el de la III Bienal Hispanoamericana de Barcelona (1955) y el de la Bienal de Sao Paulo. A los 52 años fue elegido presidente de la Casa de Cultura Ecuatoriana y a los 59 miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Cuatro años más tarde, en 1982, se inauguró un mural suyo en el aeropuerto de Barajas. Además de Neruda, fue conocida su amistad con Mitterand, Gabriel García Márquez, Mercedes Sosa, Rigoberta Menchú o el rey Juan Carlos. La “Capilla del Hombre” data de 1995, cuatro años antes de su muerte, y se terminó en 2002. Es “proyecto prioritario de la cultura” por la Unesco y en ella está la “llama eterna” por los derechos humanos y la paz.
Continúo con el DVD La Felicidad y sus causas del Congreso de Sidney (el próximo es en marzo de 2014). La segunda ponente que me ha impactado es la venerable monje budista (durante 30 años) Robina Courtin, que dirige un ambicioso proyecto de ayuda a presos en Estados Unidos y Australia.
Su perspectiva de cambio es llegar a ser la persona que queremos ser. El concepto fundamental es la “mente”, la consciencia. Para el Buda, la mente o consciencia no es física. Es algo con lo que podemos familiarizarnos (en tibetano, “meditar” es sinónimo a “familiarizarnos”). Es algo subjetivo, personal.
Para el budismo, la mente tiene un potencial fantástico. La mente no es el cerebro y necesita ser verificada científicamente (para la venerable Courtin, el budismo no es una religión, sino una filosofía, o mejor una aproximación psicológica). La mente es pura y profunda. La implicación de ello es maravillosa: tu mente es tuya, y no de las condiciones externas (aunque influyan). Tus características son tuyas, y dependen de ti. Ocurre con el aprendizaje de una actividad (como tocar el piano) y con nuestras emociones. “Tenemos el potencial, de forma natural, para desarrollar la felicidad y reducir el sufrimiento”.
Para Buda, la definición de felicidad es simple: “un pájaro con dos alas, la sabiduría y la compasión”. Algo que debe desarrollarse, que debe entrenarse. La sabiduría es estar en contacto con la verdad, con la realidad. El primer paso en el budismo es identificar en la mente las causas del sufrimiento (para lo que la meditación es esencial). La felicidad depende de nuestra sabiduría.
La ira, la vergüenza, los celos, la tristeza, el desánimo, la depresión… Los estados negativos podemos evitarlos conscientemente. Los identificamos observando y escuchándonos a nosotr@s mism@s. Todos somos “desilusionamos”, pero debemos volver a nuestra mente feliz, porque es la falsa ilusión del ego, un autoengaño. La clave de la psicología budista es conectarse con la mente inteligentemente (recuerda que “inter-legere” es escoger entre opciones, saber escoger). Estas falsas concepciones proceden de nuestra historia de vida, y podemos cambiarlas si queremos. Fácil en teoría, difícil en la práctica, es identificar lo que nos hace sufrir para analizarlo y cambiarlo. “Sé tu propia terapeuta”, dice la venerable Robina.
Mucha gente no tiene la capacidad de cambiar, porque todavía no quiera. En su experiencia con personas en prisiones, ha comprobado casos maravillosos. La mente no es fija, sino flexible. Puede cambiar en la medida que lo hagamos posible. “Sabemos que sentimos emociones, y hay técnicas para modificar las que no queremos”. En lugar de ira o tristeza, serenidad y alegría a través de la consciencia.   
De ahí el gran papel de la compasión, de la generosidad, de la ayuda a los demás. Somos más felices cuando somos generos@s. La buena noticia es, además, que nuestra “programación mental” puede cambiar si uno lo desea.

Mi gratitud a Robina Courtin, a los organizadores de los Congresos de la Felicidad en Sidney, en San Francisco o en La Coruña, a Guayasamín y su Fundación.