AVE
a Barcelona a las 7 de la mañana. En el tren he tenido el placer de tomar café
con el DG de una importante empresa, muy vinculada a APD, que todavía no tiene
decidido su voto. El próximo sábado, jornada de reflexión, va a preguntar en la
cena a sus amigos para que le “convenzan” por una u otra opción. El cliente (en
este caso, votante), como “mejor comercial”. Algo que el presidente Obama
estimuló allá por 2008 para llegar a la Casa Blanca.
Por los demás, jornada de reuniones
estratégicas internas (Board) y con clientes, en preparación de una alianza
espectacular para 2016 con una de las marcas más poderosas. Muy ilusionante.
Y cena en Da Greco, un restaurante
emblemático de la ciudad condal. Deliciosa la pasta, en un palacete europeo
junto a los jardinets de Gracia. Fabuloso, con un servicio muy esmerado.
Nuestra gratitud a Tony Greco, que nos ha transportado a esos palacetes de lujo
de las películas de Visconti, pleno de obras de arte y con un eclecticismo
teatral, y a todo su equipo. Nos han proporcionado una gran experiencia para
celebrar el año.
Esta mañana he estado leyendo, junto a
otros artículos, uno muy interesante de José Sámano, titulado ‘Las purgas de
Benítez, Mourinho y Van Gaal’. Es el siguiente:
“El fútbol es tan convulso y chaquetero que no
hay buen pasado que sostenga un mal presente e ilumine un futuro. Que le
pregunten a José Mourinho, Louis van Gaal y Rafa Benítez, tres de los técnicos
en activo con más rango, sueldo y palmarés. Lo mismo da, el fútbol devora sin
miramientos y los tres están hoy en la diana, al borde de una profunda cornada.
No importa que sean, junto a Pep Guardiola y Luis Enrique, los únicos
entrenadores actuales en Ligas de élite que pueden presumir de haber ganado la
Copa de Europa.
Una primera diferencia entre los tres en apuros y
los dos españoles. A aquellos siempre les anticipó la etiqueta esa de los
equipos de Mou, los equipos de Van Gaal y los equipos de Benítez.
En el segundo caso, el sujeto siempre fue un mismo club, el predominante en
Europa en la última década: el Barça de Rijkaard, el Barça de
Guardiola, el Barça de Luis Enrique… La idea de un míster al
servicio de un club frente a la idea de un club al servicio de un entrenador.
Hay semejanzas entre los tres jefes de caseta que
hoy purgan en el Chelsea, el Manchester United y el Real Madrid. Ninguno fue un
jugador de élite, siquiera del segundo o tercer escalón. Los tres se formaron
bajo la tutela de entrenadores proclives a naturalizar el juego, a conceder su
esencia a los jugadores, gente a la que su experiencia en un vestuario
aconsejaba dar un paso lateral ante los futbolistas. Eran tutores como Bobby
Robson, Leo Beenhakker y Vicente del Bosque, todos formados en buques escuela:
el Ipswich Town de los setenta, y el Ajax y el Real Madrid de casi toda la
vida.
Tras dejar el nido, Mourinho reanimó al Oporto en
Europa 17 años después de lograr su primera orejona, lo mismo hizo Van
Gaal con el Ajax 22 años después de su último gran trono continental. Con
Benítez al frente, el Valencia conquistó de nuevo la Liga tras 31 años a la
sombra. Más lazos: los tres despegaron hacia clubes históricos a los que
ayudaron a resucitar: Mou al Chelsea y al Inter, Benítez al Liverpool y Van
Gaal, si no a reflotar, sí contribuyó a que no encallara del todo la obra de
Johan Cruyff en el Barça. Curiosamente, al igual que Van Gaal, Liverpool,
Inter, Oporto y Ajax no circulan por la actual Champions. Ninguno de esos
equipos profundizó en el manual de aquellos entrenadores efímeros. Cambiaron de
paso, como los técnicos que les encumbraron por última vez, y todos vuelta a
empezar por cualquier camino.
De alguna manera, Benítez, Mourinho y Van Gaal
vendían al sector su libreto, una pócima que estaba por encima de historias,
leyendas y escudos. Curanderos ilustres, revividores de primera
categoría. Entrenadores por encima de instituciones y futbolistas, con los que
siempre tuvieron, y aún tienen, serias divergencias. Su egómetro se
dispara tanto o más que el de la estrella de turno, que, al fin y al cabo, les
debe cada copa, sostienen ellos en su interior y, sin sonrojo, alguno también
en su exterior. Eso metabolizan ellos, hasta que brota una sedición en la
plantilla, a veces notoria, en ocasiones tan vírica que no se ve venir. Las dos
partes acaban por citarse a un duelo al sol entre narcisos. Ya lo decía Mou
estos días tras situar al Chelsea a un punto del descenso: “Llevé a los
jugadores a un nivel más alto del que tenían y me han traicionado, es
frustrante lo que hacen en los entrenamientos y lo que luego hacen en los
partidos”. Ahí está el nudo gordiano. En los ensayos, gobiernan Mou, Benítez y
Van Gaal, incapaces de asimilar que en los partidos hay un rival y una alta
cuota de azar. Por tanto, son los jugadores los que deben improvisar las
soluciones. No vale con mover los hilos a un grupo de soldados rasos. Las
marionetas ejecutan, no piensan.
Si Mou se aferra a su ombligo (y a los 50
millones de indemnización en caso de despido), Benítez, más modesto, no sabe a
qué BBC agarrarse. Van Gaal repasa su cuaderno de álgebra y tampoco
comprende que en Manchester pidan su exilio. Los exfutbolistas del United se
quitan la palabra para zurrar al holandés, desde Scholes a Schmeichel. Tan
negativo se ha vuelto el holandés que ya no tiene quién le escriba, y mucho
menos le entienda. Sus libretas tienen tantas flechas, cuadrados mágicos y
otras gaitas que resultan encriptadas para todos. Este es otro de los vínculos
entre los tres. No son oriundos del juego, practicaron poco de corto y no
conciben la espontaneidad. Los partidos se juegan en sus portátiles y, por
supuesto, requieren una sobredosis de información previa. Un tostonazo para los
futbolistas, al tiempo que una coartada. “Hacemos lo que se nos pide”. No
basta, el fútbol hay que sentirlo y compartirlo con los ancelottis de
este mundo, tenidos por uno de los nuestros porque una vez fueron de los
suyos. Pero cuanto más endiosado se crea el técnico.0, más se desparrama
el arsénico por el vestuario.
Por mucha pizarra cibernética, el fútbol fue, es
y será de los jugadores. Solo ellos y nada más que ellos conceden un visado a
los entrenadores, y no por mucho tiempo. Menos aún si son de aquellos que
quieren el vedetismo en los éxitos y solo un micro para ventilar culpas cuando
caen chuzos.”
Efectivamente, ni en el deporte ni en la empresa
un buen pasado sirve para sobrevivir; es cuestión de presente y de futuro. L@s
líderes, especialmente l@s líderes-coaches deben mantener alta la empatía,
porque la gloria y el triunfo parten del talento individual para convertirse en
colectivo. Somos lo que nuestros equipos quieren que seamos, porque no hay
líder sin equipo ni equipo sin líder. Si por ego tratamos de utilizar a
nuestros colaboradores como marionetas, nuestros días en el cargo están
contados. Puro y simple. Por eso el liderazgo humanista es sostenible y la
jefatura arcaica, flor de un día. No se trata de un enfoque “buenista”, sino
práctico, basado en la constatación de la realidad. En el fútbol de alta
competición como en una pyme.
Mi gratitud a mis compañer@s por una cena tan
divertida.