Esta mañana he estado
viendo el documental ‘Diana y los paparazzis’. Un retrato de la simbiosis entre
la “princesa del pueblo” y los medios de comunicación. La vida y muerte de la
persona más famosa de su época. Como sabes, lady Diana falleció el 31 de agosto
de 1997, hace 20 años. Los paparazzis que la encumbraron fueron quienes la persiguieron
durante el accidente de coche en París.
De este documental de TCB
de 44 minutos, podemos extraer algunas lecciones sobre el talento (poner en
valor lo que queremos, sabemos y podemos hacer) y la marca como promesa de
valor.
- Discreción: Diana Spencer era hermana de Lady Sarah McQuordale,
seis años mayor (Sarah había salido brevemente con Carlos en los 70) y se lo
presentó. Cuando saltó la noticia (1980), dada la relación de su familia con
los Windsor, ella supo ser tan atenta como discreta. Trabajaba en un jardín de
infancia, en poco tiempo se comprometieron y la boda, el 21 de julio de 1981,
la convirtió en princesa de Gales.
- Sentido del humor: en su cercanía, sabía partir de la mirada baja
para elevarla. Una persona accesible, simpática, alegre. En una época con pocas
reglas, supo marcar la diferencia. Atendió especialmente a los medios y éstos
la adoraron. Significaba la modernidad con el glamour de la realeza.
- Sin guantes. A diferencia del resto de las mujeres de la familia
real, Diana no llevaba guantes. En 1987 saludó a los enfermos (incluso a los de
SIDA) y al personal sanitario en un hospital británico. Hizo lo mismo en la
India con los intocables y en Indonesia con los enfermos de lepra. La falta de
repulsa de Diana fue un poderoso mensaje.
- Consciencia: Despertó la consciencia de lo que había que arreglar.
Pasó, en sus palabras, de figura política a figura humanitaria.
- Popularidad: Es un arma de doble filo. Su increíble poder tuvo un
precio, un trastorno alimenticio:
bulimia nerviosa causada por el estrés (1986). Además, provocó los celos
de buena parte de la familia real, incluido du propio marido, Carlos, el
príncipe de Gales.
- Separación: en el deterioro de su relación, Carlos y Diana
utilizaron a la prensa para airear las aventuras del otro. Se pensaba que con
la separación (9 de diciembre de 1992) la “guerra de los Gales” terminaría; sin
embargo, empeoró. Cuando el príncipe se declaraba en la tele ante su biógrafo,
Diana vistió “el vestido de la venganza”. Ella jugó con los medios, los
manipuló.
- Insaciabilidad: alimentó en los paparazzis a “un demonio
insaciable”. Aunque fuera de vacaciones a sitios recónditos, siempre la
encontraban. Diana era una “mina de oro” y los paparazzis se aprovechaban de
ello. La atención, 12 años después, se convirtió en abrumadora. Ella dijo que
“ya no era una figura pública”… pero no le hicieron caso. Sus fotos valían más
de 10.000 libras, y ya no había boletines reales.
- Permanencia. “La fama no se puede encender y apagar”. Los
paparazzis no dejaban de acosarla, ni cuando Diana quería pasar tiempo con sus
hijos. “Como madre, os pido que respetéis el espacio de mis hijos”.
- Fragilidad: Diana hizo para los medios un papel fantástico, pero su
fragilidad (su encanto) era su debilidad. Cuando despidió a sus guardaespaldas,
porque pensaba que la estaban espiando, la guerra entre ella y los paparazzis
tomó otra dimensión. Los fotógrafos iban en “tenazas”, de dos en dos, para
obtener la instantánea, incluso en su gimnasio. “Es como ser un animal de
exposición en un zoo”, dijo la princesa.
- Miedo: los cazadores todavía daban más miedo, porque emergió una
serie de paparazzis, más agresivos, que la provocaban para generar una
historia. Una espiral sin salida. Una vez divorciada, la foto del millón de
dólares fue en una villa con Dodi Al Fayed. Al parecer, Diana quería poner
celoso a un antiguo novio.
- Final: la princesa del pueblo pasó la noche en el Ritz de París
(propiedad del padre de Dodi) y los paparazzis recibieron el chivatazo del jefe
de seguridad. Los fotógrafos que perseguían a Diana tuvieron 20 minutos de
grabación hasta que llegó la policía.
La gente que criticó
duramente a los medios miraba ávidamente las fotos. En 17 años, el cuento de
hadas (la Cenicienta) se convirtió en pesadilla. Antes de los selfies y los
smartphones, toda su vida fue un selfie.
Es curioso que una figura
con el nombre de la Diosa griega de la caza pasara de cazadora a perseguida. La
canción que me sugiere este relato es el ‘Candle in the wind’ de Elton John: www.youtube.com/watch?v=DH8yRSDkx5M
“You lived your life like a candle in the wind’.
Pero volvamos a la
comunicación. He estado leyendo la entrada de Luis Dorrego en su blog (http://blogdeluis.com/) ¡Por qué hablo tan
mal en público? (3 de marzo de 2015), que hace referencia a un artículo de
Manuel Viejo del mismo título, publicado en El País, Economía, el mes anterior.
Para resolver el “déficit de oratoria” en nuestro país, el autor proponía siete
claves: Gestionar el tiempo (no sobrepasarse de la hora pactada), analizar el
auditorio en dos sentidos (el perfil de la audiencia y conocer el lugar),
hablar con entusiasmo (la actitud es el 80%), qué tengo que llevar (el material
tiene que ser complemento), mensaje directo, al grano (ni sentado ni bailando),
preparar y practicar, preparar y practicar.
El maestro Dorrego
considera que la comunicación no es estrictamente racional. Intervienen las
emociones y el cuerpo. Por ello, va más allá. Las siete claves mencionadas
anteriormente, innegables, son necesarias pero no suficientes. Luis añade:
- Gestionar mi angustia,
tanto en la gestión del tiempo como en ir directo al mensaje.
- Además de conocer el
auditorio, habitarlo. Probar la voz, los movimientos, etc.
- Saber
(intelectualmente) cuál es el perfil del auditorio, pero también si las sillas
son cómodas o no, etc.
- “No se pueden pensar
las emociones, hemos de sentirlas y comunicarnos en publico sabiendo usarlas”.
¿Cómo lograrlo? Luis Dorrego nos propone, acertadamente, plantearnos qué
emociones queremos que tenga el auditorio para ir a por ello.
- ¿Cómo ser natural?
Hablar en público es un acto artificial que requiere de mucha práctica”. Luis
cita a Marlon Brando: “Todo el mundo utiliza técnicas de interpretación para
lograr sus objetivos, desde el niño que llora porque quiere un helado hasta el
político que se desgañita para llegar a los corazones y las carteras de sus
potenciales votantes”.
- Para aprender a hablar
en público hay dos factores: cómo me encuentro y qué quiero conseguir (del
público). En definitiva, “Si no dispongo
de un objetivo a conseguir para con el público, mejor no salgo al estrado.
Necesito saber qué quiero conseguir de la audiencia, ya que eso me motiva
y me pone en funcionamiento orgánicamente, es decir, usando correctamente el cuerpo,
la mente y las emociones”.
Gracias Luis por tus
reflexiones, y sobre todo por tus acciones formativas, de las que un@ sale
mucho mejor comunicador/a.
“Lo que niegas, te somete. Lo que aceptas, te
transforma” (Jung).
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